by Jeraldine Perez
A mí desde chiquita me gustaba opinar, comer boca, estar de entremetía.
A mí desde chiquita no me importaba que me dieran mi galleta, mi tapaboca, un trompón o que me zambulleran la cabeza en una cubeta de agua por bocona. Total, el gustazo de decir lo que me salía de las entrañas era más grande que el dolor.
Yo daba mi opinión, aportaba a temas de adultos con la perspectiva inocente de una niña de 8 años. Es decir, esa vez que yo dije que la hermana de Clementina era pájara, no fue para ofender, ni por entrometerme, ni para avisar que yo ya sabía de esa vaina. Pero yo la vi besándose con la muchacha que vivía en la casa de atrás de Milagros, en el callejón de Chulito, entonces qué podía decir cuándo:
—Esas nietas de Doña Rosa son un amor —dice Abuela.
—Aja, Estefania vive en eso, besándose con Clara en el callejón de Chulito —respondí.
¡Bofetón! ¡Me voltearon la cara! Me dijeron: «¡Tú y yo vamos a habar horita!»
¡Eso no hacía na! Porque la verdad hay que decirla. Es decir, que la vecina María, que estaba soltera y tenía una hija, y sin embargo, vivía pendiente de todo el que chingaba. La vaina es que yo sabía mucho, porque le dije a mi abuela, delante de su hermana, que la hija de la vecina tenía como 3 novios, que entraban y salían de esa casa, que una vez la vecina me mandó a acechar por si venía la mamá para que saliera uno por el patio. Esa vez nada más me pagó siete pesos, pero que, para estar ahí afuera sentada, ¡taba bien! A Abuela lo que le prendió la sangre fue cuando le dije: «En esa casa hay una calentura vaginal que ni María sabe».
Abuela me miró de reojo, me agarró con esas uñas de Gatúbela por el brazo derecho y retorciéndomelo, me llevó al baño, me agarró por la cabeza y: ¡Fua! Me zambulló la cabeza en la cubeta del baño. Normal, ese maltrato al estilo buzo pobre.
La vez que más duro me dieron fue cuando me peleé con Marvin y comencé a vocear: «Pájaro, maldito pájaro, vete pa tu casa, MMG. Por aquí no venga, pajaraso, pajarasaso, pajaro del diablo». Ese día, ya no me acuerdo de con qué fue que me dieron, con la vara, con la chancleta, con la correa; yo creo que hasta un coco me tiraron. Nunca entendí por qué me acribillaban a golpes, si, en verdad, yo solo repetía lo mismo que le decía mi papá a todo el mundazo, sin respirar, cada vez que nos subíamos al carro.
Bueno, la vaina es que yo tenía que hablar, me picaba la lengua entre los dientes. Nunca entendí por qué, al parecer, todo lo que decía causaba asombro, como si fuera noticia, aunque ya todo el mundo lo sabía.
Jeraldine Perez was born en un barrio de Santo Domingo, Dominican Republic. Her mom named her Jeraldine; her papi added Perez. Jeraldine's writing—a channel to voice what is deemed improper, too deep, too precious, childish, or intimate—embraces and celebrates the mundane. Her passion for the written word is equivalent to the love she holds for her family, skin, and roots. She loves learning new languages, reading, dancing, community, and activism.
Los niños como los locos dicen "la verdad"o por lo menos lo que callan los demás. Me llamó la atención que todas las anécdotas son de pajarerías, que aunque aparentan ser denigrantes, no lo son porque la autora sabe de eso.