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Luz Verde

by Julie Yaeli

Ya he dado besos topao, antes, cuando jugaba a la botellita o dique jugando a «mamá y papá». Esa vez fue diferente. Ese beso fue con el novio. Sí, así mismo, 3 meses antes de cumplir los 15 años, empecé a salir por primera vez con un noviecito a escondidas.


Si Mami o Luis se hubiesen llegado a dar cuenta, «La pasión de Cristo» me iba a quedar corta a mí. En casa, cuando usted desobedecía a Mami, de una vez ella te caía a fuetazo. Hoy todavía le cuesta entender que, en ese entonces, ella era brutísima. En mi casa, los hijos no salían cuero, ladrón ni pájaro. Por que cómo decía Mami, «Así como te di la vida, también te la puedo quitar».


La primera vez que salí a encontrarme con el novio a escondidas fue en las escaleras de un apartamento de un primo de Rosita. Rosita y yo estábamos en el mismo colegio hacía como 5 años, desde el 5o de primaria hasta el 1o de bachillerato. Marie, mi hermana menor, también estaba ahí. Las dos me esperaban en el primer piso del edificio, como si fueran guachimanes, en lo que yo me chuleaba a toda madre con el novio mío. Ese día le prometí el mundo y mucho más a mi hermana. La llamábamos «Tecata» por lo loca que era con los dulces; yo nunca he conocido a nadie más enfermo con lo jodio dulce. Si estuviera en una de esas prisiones americanas con sentencia de muerte, pediría de comer antes de morir un dulce de coco de Abuela Luz, un flan o quizás hasta una azúcar quemá.


El novio tenía las palmas sudadas, los labios rellenos y ¡el pipo, que melena tenía! El cabello negro como el de Mami, de esos que dicen que son «pelos buenos y fuertes». La piel clarita. Él sabía lo que hacía, y yo simplemente me dejaba llevar, siempre y cuando no se pasara. Mientras me besaba, su lengua iba para la izquierda y la mía para la derecha. En una, le mordí el labio, sin querer queriendo, porque ese truquito lo vi en una película de esas europeas que mostraban las teticas. Las orejas se me calentaban y eso de chulearse era vacano. Con razón, muchas muchachas en esta vuelta quedaban embarazadas. De las muchas cosas que me pasaban por la mente, en una, escuché a Mami decir: «Tú eres una recalentá; queda embarazada pa que tu vea, que plátanos vacíos vas a comer».


Quedar embarazada a los 15 años en mi familia, como en muchas otras que también conozco, era como declarar que usted era una puta, cuero, atrasada o malagradecida. No creo que ninguna mujer en verdad quiera eso, y que yo sepa, uno no está pensando que eso va a suceder, o en usar un preservativo o la pastillita del día siguiente, porque a los 15 años apenas se empieza a vivir y uno todavía es un «culo cagado», como dice Mami.


«Machera» era un apodo que comúnmente se me asignaba a mí. Me encanta estar entre los machos. Se me ocurren miles de razones por las cuales me gustaba más estar entre los machos. La primera es la libertad. Los machos pueden tener novias desde temprana edad, no los mandan a cocinar, los tratan como reyes, les planchan, les lavan la ropa y un sin número de cosas más.


Rosita sube y me dice que llegaron por mí. Tomo a mi hermana de la mano y ella se suelta. Me pregunta: —¿y mis dulces? Le prometo comprarle todos los que ella quiera, siempre y cuando no diga nada, como habíamos acordado. Que, si su papi pregunta, yo le respondo.


El padre de mi hermana era mi padrastro. El mío vivía en Nuevayor, con una familia nueva, y Mami jamás lo mencionaba. Él, como quien dice, pensaba que era de aire que uno se alimentaba.


Cuando llegamos hasta la jeepeta, nos encontramos con el papá de Marie, Luis. Siempre serio, de carácter militar frustrado, no saludaba y hablaba cuando le daba la gana. Un come energía.


Yo no puedo hablar mucha mierda: Mami ya tenía dos muchachos, y tu sabe, hay que ser agradecido... Porque ¿quién quiere cargar con muchachos ajenos? Él nos puso un techo sobre la cabeza, nos pagó el colegio y esos viajes a Nuevayor, era él que los pagaba la mayoría de las veces para que fuéramos a visitar a nuestro pai. Estoy segura de que Luis tenía las mejores intenciones con nosotros. La razón por la cual él no quería que yo estuviera de machera era para que la gente no hablara porquería, o simplemente para protegerse y protegernos.


Él no estaba de acuerdo con eso de novios porque podía quedar embarazada y eso también hubiese sido feo, la gente diría que tanto Mami como Luis no hicieron bien su trabajo de guiarme hacia un mejor camino.


Marie, para mí, era la más dichosa, creció con su propio padre. Él le daba todo el amor que le corresponde a un padre dar. Recuerdo ver a Luis visitar el estudio donde vivíamos con Mami, y cuando menos lo esperábamos, él nos mudó a un apartamento más amplio. Pasaron unos meses de habernos mudado, y allí fue cuando Mami nos confesó que tendríamos una hermanita. Javier y yo estábamos felices.


Luis nos dijo a Javier y a mí que él no venía con intenciones de reemplazar a mi padre, nos ordenó que lo llamáramos por su nombre. Yo lo tomé como que él nunca quiso ser mi papá. Hubo consejos, pero muy escasos abrazos.


Cuando Luis y Mami se conocieron, él apenas tenía 24 años, y ella 22. Luis, como cualquier hombre joven, con la calle en las venas. Su pensar es que la mujer se queda en su casa y deja que el hombre haga lo que le dé la gana. A Luis parece que se le había olvidado que Mami no era cualquier mujer, que era un gallito de pelea y tenía muy poca tolerancia para los abusos o infidelidades.


Mami tenía dos trabajos. Me tocó asumir responsabilidades a temprana edad, por que como decía ella: «Tú eres inteligente y Mami te necesita». Ella trabajaba como una burra y para poder llegar a este país, tuvo que hacer muchas maromas.


Javier y yo nacimos en Estados Unidos y cinco años después de que Mami estuviera casada con Papi, decidió dejarlo porque, como ya he dicho, tiene poca tolerancia para esas cosas. La relación de Papi y Mami era bien machista, de abusos y manipulaciones. Papi tenía una relación antes de casarse con Mami. Ese pasado de Papi le hizo la vida de cuadritos a mi mami.


Después del divorcio, veíamos a Papi un fin de semana sí y uno no, y el tiempo con él consistía en ir al buffet o al flea market los domingos. Muchas veces me jalaba pa un lao: «Tú sabes lo que te he dicho», me decía él. «Dile todo a Papi, no te dejes poner la mano de nadie que no sea Papi o Mami y no juegues con varones», yo le respondía. NO JUEGUES CON VARONES.


La mayoría de las veces, cuando nos juntábamos por el lao de la familia de Papi, eran más varones. ¿Y con quién iba a jugar? Yo sudada, escondida en un cuartito jugando a las escondidas con los primos, ya nada más faltaba que me encontraran a mí. Papi decide salir a buscarme y me llama: «Yari Estefanía», y yo sé que cuando él dice mis dos nombres es en serio la cosa.


—¡Seeeeeeeñoooooorrrrrr! Salí a encontrarlo. Me reclama que cuántas veces me ha dicho esto y aquello. Los muchachos se terminan burlando de mí.


Se comentaba que yo tenía un mejor bateo que el de mi hermano Javier. No era mi intención, pero de que tengo más swing que él, eso no me lo quita nadie. Se burlaban de Javier: «Mira pallá, una hembra sabe más que tú, la machera es una Sammy Sosa». Javier y yo nos fajábamos mucho. Él acostumbraba a manipularme bastante también. Si no le hacía favores o ciertas cosas que pedía para su beneficio, me amenazaba con decirle a Luis y a Mami que yo tenía novio.


—¿Novio? ¿Cómo este mojón ya sabe? Si nunca lo traje conmigo ni le había dicho a nadie aparte de Marie. —Pensé yo.

Mami no tardó mucho en darse cuenta lo mucho que me gustaba el novio.


Toda mi preadolescencia se basó en conservar mi virginidad, en ser la imagen perfecta de mi casa y del nombre de la familia.


Una tarde, se organizó una fiesta en mi casa. Y allí, llegó el novio. No podía fingir que éramos simplemente amigos porque como quiera siempre te querían poner a alguien de novio. Así que ni importaba. ¡Que aficie! Bailamos esa bachata de Héctor Acosta «Si tú estuvieras», yo en plena adolescencia y enamorada, la repetía y la repetía hasta que la quemé.


Trancazos, gritos, una tormenta en la cocina. Luis le reclama a Mami que yo soy un cuero, que ya mismo iba a quedar embarazada, que sus sacrificios no valieron la pena. Me mandan a buscar. No quiero salir de la habitación, ya sé lo que me espera, pero escucho a Mami llorando.


No sé cómo ni con qué cojones los encuentro en la cocina; Mami me hace una pregunta, pero no me deja responder, y ya tengo la correa entre las piernas como una culebra, picándome caliente como veneno, la trato de evitar y de moverme. Me toma por el pelo y me pega en la cara. «¡Sucia!», me vocea.


Lágrimas, enojo, no entiendo. ¿Por qué no hablar, por qué tratarme así? «Soy virgen, soy virgen, ¡soy virgen, coño!», me repito en la cabeza. No puedo aguantar más, un nudo seco y fuerte en la garganta se deshace y no paro de temblar, de llorar. Tantas preguntas y solo gritos.


Luis hubiese podido tratar de hablarme como si yo hubiese sido Marie, me hubiese podido decir «Mi hija, las niñas son como las flores: mientras más se les toca a las flores, más se marchitan. Mi niña, siempre le pido al Señor por ti, quiero llevarte al altar, quiero que termines tu educación, que llegues lejos, mi niña. Soy hombre y sé cuáles son las intenciones de estos muchachos, soy hombre y también he marchitado flores y las he dejado como sábanas recién estrujadas».


Yo quiero ser orgullo, yo quiero que mi nombre se mencione en los lugares más respetados.


Yo no soy fácil. Sí, eso lo sé. Pero nunca me he quemado de curso; he asumido mis responsabilidades y he ayudado, tratando siempre de ser su orgullo. Deseando que puedan confiar en mí, que estén siempre seguros de que mis planes no son estar singando por ahí, a dos manos.


Sentí que todo lo que hacía no significaba nada. Nunca intenté acercarme a ellos, me intimidaba la idea de ir donde ellos y confesarles todo lo que había en mi mente. Quizás exageré, pero sí consideré la idea de cortarme las venas. Una tarde de invierno, Mami estaba en la galería y, junto a Luis, me pidieron hablar conmigo. No entendían por qué estaba tan callada. Hablaron de sus sacrificios por mí y de lo mucho que me amaban. Yo, con la mirada baja y las manos cruzadas, escuchaba lo mal que se sentían por mi silencio y mis intenciones de llamar la atención, según ellos.


Luis declaró que se permitía el noviecito. Lo irónico es que, después de aquella vez que Mami me dio esa agolpea, ella me dejaba invitar al novio a la casa y llevarlo cuando salíamos, y también me apoyó en la relación mucho antes de que Luis me diera la luz verde.

 

Julie Reyes. Born in New Brunswick, New Jersey, to Dominican immigrants, Reyes is a Dominican-American actress and writer. She grew up in Santiago, Dominican Republic, where she attended Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM University) as a Communications major. Julie joined the university theater and pursued an acting career, and enrolled in The New York Conservatory for Dramatic Arts in Manhattan, NY, where she began her training. Today, she’s bi-coastal and continues to write and work on projects based out of Los Angeles, CA, and the East Coast.

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1 opmerking


Yoseli Castillo
13 jan. 2023

Me encanta que la narradora tiene una voz dominico-americana, con expresiones puras dominicanas como "lo jodío dulce" y otras más "americanas": como "Come energía".

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